domingo, 13 de octubre de 2013

Las cinco estaciones que nunca tuvimos.

Como las telarañas que nacen en los sentimientos que ya no usamos. Así somos. Transparentes, casi invisibles, pero con fuerza suficiente como para parar un tren (sólo si es de juguete, no te vayas a pensar).
¿Sabes? Siempre quise ser un poco invierno para recordarte que el verano no dura eternamente. Y que si te pierdes entre piernas y no entre corazón, no vale la pena que las hojas caigan sobre ti cuando llega el otoño.
Si le restamos todos los trenes que no has cogido nunca y le sumamos los aviones en los que no te atreviste a subir, nos quedan mil y dos experiencias por vivir (que la primavera llega sólo cuando tienes felicidad, dicen).
A pesar de que nunca he visto bien compartir estaciones, allá cada uno con sus dioptrías.

Ahora que soy insoportable, me permito escupir a la conciencia con cosas como: ¿Quién te ha dicho que quiero hacer lo correcto? Y entonces, baja la cabeza, hace ojitos y se aleja poniéndome de todos los colores.

Ojalá la vida tuviera un 'etc' para no vivir demasiados momentos malos."Teníamos cuentas pendientes este otoño y yo. Ya sabes, etc." 
Sería bonito tumbarse en una sonrisa y luego descolgarse para bajar (porque quedarse colgado de ella resulta demasiado fácil).

Le pedí al reloj que me diera una vuelta

en sus manillas
para hacer tiempo
hasta que llegara la hora
de volver a la realidad.
Me dijo que ya era hora
de no perder el tiempo,
que él solito me pondría en el lugar
que le diera la gana.

Hoy la cama me ha deshecho a mí.


lunes, 23 de septiembre de 2013

Crónica de un desamor anunciado.

He pensado en escribirte una carta por cada vez que pisé trozos que caían de los corazones rotos que han pasado por delante de mi vida. Y sin querer no he visto que me han cortado (ando peor, ya sabes).
Ni te imaginas las ganas que tengo de desmayarme para poder volver en mí, que ya llevo demasiado tiempo fuera. Pensé en coger un taxi, pero salía demasiado caro si sumo lo que me costó llegar viva al invierno. Si no te odias tú, ¿quién te va a odiar?
Tenía que decirte que he tardado dos febreros en darme cuenta de que las sonrisas falsas son las más sinceras (y aún hay quien no se lo cree).
Digamos que somos un borrador que alguien escribió sin intención de perfeccionar.

Los sitios duelen más

cuando paso y ya no estás. Y es todo lo que tengo que decir de esta mierda de rutina.

Te he dejado la maleta hecha, por si algún día quieres irte, que no tengas tiempo para cambiar de idea.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Reserva protegida de mariposas en mi estómago.

Ya te has puesto a pensar, Ana. ¿Qué te he dicho de hablar con desconocidos?
La verdad es que ya ni me (re)conozco.

Con más de cien billetes de autobús que guardé para empapelar los malos caminos que había tomado, y sigo andando en círculos para marearme antes del segundo café de las cinco.
¿Qué probabilidades hay de que un corazón se rompa en mil pedazos y siga dando guerra?
De oca a oca (más bien de pato en pato), y tira si te hace feliz.
Hay caminos en mi cara que no se pueden borrar, por que ya se sabe:
que sin agua no hay camino,
se hace camino al llorar.
O algo así.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Canciones que te escribí y no terminé.

Así andaba, con los pies en el suelo (pero en las nubes). Descubrí que los suspiros son las llamadas que hacemos a la esperanza mientras miraba por el hueco de la escalera preguntando si había sitio para mí.
Remé a contracorriente entre tu corazón y el mío, y sólo se salvó el tronco al que me agarré para no ahogarme en el mar de dudas que la noche no curó.
Y mientras me desvivo por no perder el equilibrio entre locuras, muero por no caer en la cuenta que suman todos tus besos malgastados en labios de ida y vuelta. Que aunque ésto se pueda borrar, tu memoria no es una papelera (y menos mal).

Así andaba y así terminé, con un amor perdido, cuarenta y tres miradas sin mirar mas trescientos sesenta y cuatro canciones que te escribí y no terminé.

martes, 16 de abril de 2013

Con la guitarra entre las manos.

Era un soñador, aunque todos le tomaban por loco. Vestía como todo músico demasiado ocupado como para tomarse en serio su físico: hecho un desastre. Su vida se concentraba en la música. Era como… (¿Cómo voy a explicarlo, yo, que sólo soy un simple espectador de su vida, a la que conocí por libros?). Su vida era como un largo pentagrama que no conoce la doble barra final, como una redonda debajo de un calderón… como una canción que nunca acaba.
Paseaba con un cuaderno que le sobresalía del bolsillo y un bolígrafo reposado sobre la oreja izquierda por si la inspiración surgía en un momento inesperado. No, un bolígrafo no; en realidad era una pluma. La pluma con más talento que ha podido haber (después de la de Shakespeare, claro).
Cómo acariciaba el papel con ella… Eran movimientos de muñeca rápidos, casi perfectos, y en cada uno de ellos, un acorde. Creaba una música que, al oírla, se traducía en sensaciones que se metían en el corazón y la piel del escuchante.
Cuando subía al escenario, el público, que no era mucho, enmudecía. Tomaba la guitarra y el mundo desaparecía. Se convertía en una prolongación de su cuerpo, de sus manos, de sus finos y ágiles dedos de guitarrista enamorado del vibrar de las cuerdas. Abrazaba la guitarra como abraza una ligadura a dos notas. Empezaba a tocar y las notas inundaban el aire.

En cuanto descubrí su música, me enamoré de ella. A decir verdad, mi reproductor de música estaba lleno de sus canciones. Cada vez que daba al play pensaba: “La música más alta que los pensamientos”. Y así era.
Cerraba los ojos. Me concentraba en los cambios. Primero un mi, marcado pero suave; subía al la, lento pero forte y caía a do. Escalofríos, pelos de punta revolucionados por esa magia.
Durante toda mi vida escribí con su música de fondo. Siempre pensé que escribió una canción para cada momento de la vida, y se convirtió en la banda sonora de la mía.
Murió poco tiempo después de descubrirle. Por supuesto, fui a su entierro, que fue sencillo y discreto. Eso sí, cumplieron la letra de su última canción: fue enterrado “con la guitarra entre las manos”.

lunes, 21 de enero de 2013

Todo, todo típico.

Últimamente, todo suena a típico.
Típicos hipócritas que hablan sobre el valor de la verdad y la fidelidad a los demás.
Típicas personas que defienden el hecho de ser ciudadanos de a pie y que, sin embargo, luchan por vivir como los ricos (siempre, claro está, a costa de los demás encubriendo sus propias acciones).
Típica sociedad que se auto-critica, pero que no es capaz de hacer nada por cambiar, porque no se da cuenta de que forma parte de algo mayor, lo mismo a lo que odia.
Típicos defensores de la humanidad pasando de largo cuando ven a personas que necesitan a alguien que luche por su causa.
Típica gente que cuando alguien empieza a vestir como ella, les hacen llamar "modernos".
Típicas personas que defienden sus gustos odiando los gustos de los demás.
Típicos individuos que piden respeto haciendo callar las bocas de los que también lo hacen.
Típicas personas que según sea la vida que has elegido vivir, así te etiquetan, pero que se escandalizan cuando los etiquetados son ellos.

No os diré que soy diferente, porque ahora todos dicen serlo; pero no os diré que soy igual, porque entonces os mentiría.