domingo, 25 de marzo de 2012

“Querido amor...

Aquí todo sigue igual desde que te fuiste. Todo está como lo dejaste. Ni un libro fuera de su estantería, ni una mesa fuera de lugar. En tu despacho todo sigue en orden; el sillón al lado de la chimenea, y tu vieja mesa en la que solías escribir permanece tan majestuosa como el primer día que la compramos.
Por el momento seguimos tomando el café a la misma hora. Tu taza sigue llenándose como siempre, con la mezcla justa de leche y café con tres cucharadas de azúcar, como a ti te gusta. No me olvido ni un solo día de ponerle un toque de vainilla a la ropa. La verdad es que nunca pude entender esa manía tuya, aunque a mí también me gusta ese olor que desprenden las prendas al ponérmelas. Los vecinos de enfrente se mudaron hace ya unas semanas, así que si vuelves no te preocupes, ya no tendrás que regañar con ellos cada domingo por recoger el periódico equivocado. Los vecinos de al lado tienen un jardín precioso. Recuerdo lo mucho que te apasionaba la jardinería… Siempre fuiste un manitas; por eso cada vez que paso por delante me acuerdo de ti.
Pero no todo es bueno. Te echo mucho de menos, amor. La casa está muy vacía sin ti, sin tus escritos, sin tus bromas, incluso sin tus manías. Recuerdo que te gustaba leer en la butaca del salón, esa grande que nos compramos en Berlín; te entusiasmaba fotografiarme cada primavera al lado del jardín, aunque sabías que nunca fui amante de las plantas. Recuerdo también que te volviste loco por las cortinas de la sala de estar, esas que vimos en el verano de Londres.
Son ya demasiados recuerdos, demasiados años, y demasiada casa para mí sola. Cómo me gustaría que estuvieras aquí, amor. Todo se vuelve gris si no estás. Cada día te echo un poquito más de menos. Me enseñaste a volar, a soñar contigo cada noche y despertarme cada mañana a tu lado…a ser feliz. Pero sobre todo me enseñaste a amar; y aún no lo he olvidado: Te amo, te amo por encima de todo, y todo te lo perdono. Cuando vuelvas te estaré esperando, y mientras te espero, todo seguirá igual.”

Él dobló la carta, la dejó de nuevo sobre la mesa. Se había dado cuenta de que ya era demasiado tarde: ella se había marchado al lugar de donde nadie vuelve jamás.